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  • Teología del amor

PARTE IV. LA VIRGINIDAD CRISTIANA

«El célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor» (1Cor 7,32)


32. El anticipo de la vida del mundo futuro


Comenzamos hoy a reflexionar sobre la virginidad o celibato «por el reino de los cielos». La constatación: «Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio» (Mc 12, 25) indica que hay una condición de vida, sin matrimonio, en la que el ser humano halla a un tiempo la plenitud de la donación personal y de la comunión de las personas, gracias a la glorificación de todo su ser en la unión perenne con Dios.

Cuando la llamada a la continencia «por el reino de los cielos» encuentra eco en el alma humana, no resulta difícil percibir allí una sensibilidad especial del espíritu humano, que ya en las condiciones de la temporalidad parece anticipar aquello de lo que el hombre será partícipe en la resurrección futura. Los que hacen en la vida esta opción «por el reino de los cielos», no observan la continencia por el hecho de que «no conviene casarse», como responden los fariseos en la conversación con Jesús cuando él les habla de la indisolubilidad del matrimonio: «Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse» (Mt 19, 10). Los que eligen esta opción lo hacen por el valor particular que está vinculado con ella y que hay que descubrir y aceptar personalmente como vocación propia.

«No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismo se han hecho tales por amor al reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda» (Mt 19, 11-12). Si Cristo habla de aquellos «que a sí mismos se han hecho tales por amor al reino de los cielos» (Mt 19, 12), ciertamente hace esta distinción para poner de relieve su carácter voluntario y sobrenatural. Voluntario, porque los que pertenecen a esta clase lo han elegido; sobrenatural porque lo han hecho «por el reino de los cielos».

Mientras en las palabras del sermón de la montaña se halla la antropología del hombre «histórico»: en las palabras sobre la continencia voluntaria, permanece esencialmente la misma antropología, pero iluminada por la perspectiva del «reino de los cielos». Este ser humano, varón o mujer, manifiesta la «virginidad» escatológica del hombre resucitado, en el que se revelará el absoluto y eterno significado esponsalicio del cuerpo glorificado en la unión con Dios mismo, mediante la perfecta unión de todos los «partícipes del otro mundo», en el misterio de la comunión de los santos. La opción de la continencia por el reino de los cielos es una orientación hacia aquel estado escatológico, en que los hombres «no tomarán mujer ni marido». Es una excepción respecto al estado del que el hombre desde «el principio» vino a ser y es partícipe, durante toda la existencia terrena. Esta excepción incluye en sí el anticipo de la vida escatológica.

El matrimonio de María con José, encierra en sí, al mismo tiempo, el misterio de la perfecta comunión de las personas, del hombre y de la mujer en el pacto conyugal, y a la vez el misterio de esa singular «continencia por el reino de los cielos»: continencia que servía, en la historia de la salvación, a la perfecta «fecundidad del Espíritu Santo». María y José, que vivieron el misterio de la concepción y el nacimiento de Jesús, se convirtieron en los primeros testigos de una fecundidad diversa de la carnal, esto es, de la fecundidad del Espíritu: «Lo concebido en Ella es obra del Espíritu Santo» (Mt 1,20). La maternidad divina de la Virgen, debía ayudar a comprender, por una parte, la santidad del matrimonio y, por otra, el desinterés con miras al «reino de los cielos», del que Cristo había hablado a sus discípulos. La continencia «por el reino de los cielos» sirve a esa fecundidad espiritual y sobrenatural del hombre, que proviene del Espíritu Santo (Espíritu de Dios).

Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II

Reflexión: ¿Entendemos la vocación a la vida consagrada como un llamado de Dios? Respetamos y apoyamos este llamado en nosotros (de ser el caso) o en los demás (nuestros hijos por ejemplo)?

Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez





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