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  • Teología del amor

63. ¿Es posible este esfuerzo?

¿Es posible este esfuerzo? Toda la problemática de la Encíclica «Humanæ vitæ» no se reduce simplemente a la dimensión biológica de la fertilidad humana (a la cuestión de los «ritmos naturales de fecundidad»), sino que se remonta a la subjetividad misma del hombre, a ese «yo» personal.


Ya durante los debates en el Concilio Vaticano II, relacionados con el capítulo de la «Gaudium et spes» sobre la «dignidad del matrimonio y de la familia y su valoración», se hablaba de la necesidad de un análisis profundo de las reacciones (y también de las emociones) vinculadas con la influencia recíproca de la masculinidad y femineidad en el sujeto humano. Este problema pertenece no tanto a la biología como a la psicología: de la biología y psicología pasa luego a la esfera de la espiritualidad conyugal y familiar. Un análisis atento de la psicología humana permite llegar a algunas afirmaciones esenciales. En las relaciones interpersonales donde se manifiesta el influjo recíproco de la masculinidad y feminidad, se libera en el «yo» humano, junto a una reacción que se puede calificar como «excitación», otra reacción que se puede calificar como «emoción». La excitación es ante todo «corpórea» y en este sentido, «sexual»; en cambio, la emoción se refiere sobre todo a la otra persona entendida en su «totalidad». En el acto conyugal, la unión íntima debería comportar una particular intensificación de la emoción.


La virtud de la continencia, no es sólo -ni siquiera principalmente- la capacidad de «abstenerse si no que es también la capacidad de dirigir las respectivas reacciones, ya sea en su contenido, ya en su carácter. La continencia, como capacidad de dirigir la «excitación» y la «emoción», tiene la función esencial de mantener el equilibrio entre la comunión con la que los esposos desean expresar recíprocamente sólo su unión íntima y aquella con la que acogen la paternidad responsable.


Conviene recordar que los grandes clásicos del pensamiento ético (y antropológico), tanto pre-cristianos como cristianos (Tomás de Aquino), ven en la virtud de la continencia no sólo la capacidad de «contener» las reacciones corporales y sensuales, sino todavía más la capacidad de controlar y guiar toda la esfera sensual y emotiva del hombre. En el caso en cuestión, se trata de la capacidad de dirigir tanto la línea de la excitación hacia su desarrollo correcto, como también la línea de la emoción misma, orientándola hacia la profundización e intensificación interior de su carácter «puro» y, en cierto sentido, «desinteresado».


El conocimiento mismo de los «ritmos de fecundidad» -aun cuando indispensable- no crea todavía esa libertad interior del don, que es de naturaleza explícitamente espiritual y depende de la madurez del hombre interior. Esta libertad supone una capacidad tal que dirija las reacciones sensuales y emotivas, que haga posible la donación de sí al otro «yo», a base de la posesión madura del propio «yo» en su subjetividad corpórea y emotiva.

Como es sabido por los análisis bíblicos y teológicos hechos anteriormente, el cuerpo humano está interiormente ordenado a la comunión de las personas (communio personarum). En esto consiste su significado nupcial. La virtud de la continencia, en su forma madura, desarrolla la comunión personal del hombre y de la mujer, comunión que no puede formarse y desarrollarse en la plena verdad de sus posibilidades, únicamente en el terreno de la concupiscencia. Esto es lo que afirma precisamente la Encíclica «Humanæ vitæ». Esta verdad tiene dos aspectos: el personalista y el teológico.


Reflexión: ¿Es posible la castidad conyugal? ¿Vale la pena el esfuerzo que implica?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez









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