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  • Teología del amor

56. Los interrogantes del hombre contemporáneo

El hecho de que la ley tenga que ser de «posible» puesta en práctica, pertenece directamente a la misma naturaleza de la ley. «La Iglesia recuerda que no puede haber contradicción verdadera entre las leyes divinas de la transmisión obligatoria de la vida y del fomento genuino del amor conyugal» (Gaudium et spes 51). Nos podríamos detener largamente sobre el análisis de la norma misma; pero realicemos algunas reflexiones pastorales ya que tanto la «Gaudium et spes» que es una Constitución Pastoral, como la Encíclica de Pablo VI -con todo su valor doctrinal- intentan tener la misma orientación. Quieren ser respuesta a los interrogantes del hombre contemporáneo. Son, éstos, interrogantes de carácter demográfico y, en consecuencia, de carácter socio-económico y político, relacionados con el crecimiento de la población en el globo terrestre. Son interrogantes que surgen en el campo de las ciencias particulares y de los teólogos-moralistas contemporáneos. Son antes que nada los interrogantes de los cónyuges. Precisamente leemos en la encíclica: «Consideradas las condiciones de la vida actual y dado el significado que las relaciones conyugales tienen en orden a la armonía entre los esposos y su mutua fidelidad, ¿no sería indicado revisar las normas éticas hasta ahora vigentes, sobre todo si se considera que las mismas no pueden observarse sin sacrificios, algunas veces heroicos?» (Humanæ vitæ, 3).


En la antedicha formulación es evidente que el autor de la Encíclica procura afrontar los interrogantes del hombre contemporáneo en todo su alcance. Pues si, por una parte, es justo esperarse una exposición de la norma, por otra parte, nos es lícito esperar que una importancia no menor se conceda a los temas pastorales, ya que conciernen más directamente a la vida de los hombres concretos, de aquellos que se plantean las preguntas mencionadas al principio. Pablo VI ha tenido siempre delante de si a estos hombres. Expresión de ello es, entre otros, el siguiente pasaje de la «Humanæ vitæ»: «La doctrina de la Iglesia en materia de regulación de la natalidad, promulgadora de la ley divina, aparecerá fácilmente a los ojos de muchos difícil e, incluso, imposible en la práctica. Y en verdad que, como todas las grandes y beneficiosas realidades, exige un serio empeño y muchos esfuerzos de orden familiar, individual y social. Más aún, no sería posible actuarla sin la ayuda de Dios, que sostiene y fortalece la buena voluntad de los hombres. Pero a todo aquel que reflexione seriamente, no puede menos que aparecer que tales esfuerzos ennoblecen al hombre y benefician la comunidad humana» (Humanæ vitæ, 20).


Que toda la retrovisión bíblica, denominada «teología del cuerpo», nos ofrezca también, aunque indirectamente, la confirmación de la verdad de la norma moral, contenida en la «Humanæ vitæ», nos predispone a considerar, más a fondo, los aspectos prácticos y pastorales del problema en su conjunto. Los principios generales de la «teología del cuerpo» ¿No estaban sacados de las respuestas que Cristo dio a las preguntas de sus concretos interlocutores? Y los textos de Pablo ¿no son, acaso, un pequeño manual en orden a los problemas de la vida moral de los primeros seguidores de Cristo? Si alguien cree que el Concilio y la Encíclica no tienen bastante en cuenta las dificultades presentes en la vida concreta, es porque no comprende las preocupaciones pastorales que hubo en el origen de tales documentos. Preocupación pastoral significa búsqueda del verdadero bien del hombre, promoción de los valores impresos por Dios en la propia persona; el descubrimiento cada vez más claro del designio de Dios sobre el amor humano, con la certeza de que el único y verdadero bien de la persona humana consiste en la realización de este designio divino.


La teología del cuerpo no es tanto una teoría, cuanto más bien una pedagogía evangélica y cristiana del cuerpo. Esto se deriva del carácter de la Biblia, y sobre todo del Evangelio que, como mensaje salvífico, revela lo que es el verdadero bien del hombre, a fin de modelar -a medida de este bien- la vida en la tierra, en la perspectiva de la esperanza del mundo futuro. La Encíclica «Humanæ vitæ», siguiendo esta línea, responde a la cuestión sobre el verdadero bien del hombre como persona, de acuerdo a su dignidad, cuando se trata del importante problema de la transmisión de la vida en la convivencia conyugal. La teología del cuerpo cuando pasa a ser pedagogía del cuerpo constituye el núcleo esencial de la espiritualidad conyugal.


Reflexión: ¿Acepto el designio de Dios en mi vida con la certeza de que en él está mi único y verdadero bien?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez







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