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  • Teología del amor

54. La vida hecha liturgia

Actualizado: 17 nov 2019

Hoy vamos a referirnos al texto clásico del capítulo 5 de la Carta a los Efesios, la cual revela las fuentes eternas de la Alianza en el amor del Padre y, a la vez, su nueva y definitiva institución en Jesucristo. El autor de la Carta a los Efesios no duda en extender la analogía de la unión de Cristo con la Iglesia al signo sacramental del pacto esponsal del hombre y de la mujer, los cuales están «sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» (Ef 5, 21). No vacila en extender aquella analogía mística al «lenguaje del cuerpo», interpretado en la verdad del amor esponsal y de la unión conyugal de los dos. Es necesario reconocer la lógica de este magnífico texto, que libera radicalmente nuestro modo de pensar de elementos maniqueístas y aproxima el «lenguaje del cuerpo», encerrado en el signo sacramental del matrimonio, a la dimensión de la santidad real. Los sacramentos insertan la santidad en el terreno de la humanidad del hombre; penetran el alma y el cuerpo con su fuerza.


La liturgia, el lenguaje litúrgico, eleva el pacto conyugal a las dimensiones del «misterio» y, al mismo tiempo, permite que tal pacto se realice en las susodichas dimensiones mediante el «lenguaje del cuerpo». El lenguaje litúrgico confía a ambos, al hombre y a la mujer, el amor, la fidelidad y la honestidad conyugal. Les confía la unidad y la indisolubilidad del matrimonio. Les asigna como tarea todo el «sacrum» de la persona y de la comunión de las personas.


El autor de la Carta a los Efesios escribe a este propósito: «...los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo...» (Ef 5, 33), (= «como a sí mismos» Ef 5, 33), «y la mujer reverencie a su marido» (Ef 5, 33). Ambos, finalmente estén «sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» (Ef 5, 21). El «lenguaje del cuerpo», en cuanto ininterrumpida continuidad del lenguaje litúrgico se expresa no sólo como el atractivo y la complacencia recíproca del Cantar de los Cantares, sino también como una profunda experiencia del «sacrum» que parece estar inmerso en la misma masculinidad y femineidad mediante la dimensión del «mysterium magnum» de la Carta a los Efesios, que ahonda sus raíces precisamente en el «principio», es decir, en el misterio de la creación del hombre: varón y hembra a imagen de Dios, llamados ya «desde el principio», a ser signo visible del amor creativo de Dios.


La Carta a los Efesios, al exhortar a los esposos a fin de que estén sujetos los unos a los otros «en el temor de Cristo» (Ef 5, 21) y al inducirles, luego, al «respeto» en la relación conyugal parece poner de relieve, conforme a la tradición paulina, la castidad como virtud y como don. A través de la virtud y más aún a través del don («vida según el Espíritu») madura espiritualmente el mutuo atractivo de la masculinidad y de la femineidad. Ambos, el hombre y la mujer, alejándose de la concupiscencia encuentran la justa dimensión de la libertad de entrega, unida al verdadero significado del cuerpo. Así, el lenguaje litúrgico, o sea, el lenguaje del sacramento se hace en su vida y convivencia «lenguaje del cuerpo» en toda una profundidad, sencillez y belleza hasta aquel momento desconocidas.

Tal parece ser el significado integral del signo sacramental del matrimonio. En ese signo -mediante el «lenguaje del cuerpo»-, el hombre y la mujer salen al encuentro del gran «mysterium», para transferir la luz de ese misterio, en la práctica del amor, de la fidelidad y de la honestidad conyugal, o sea, en el ethos que tiene su raíz en la «redención del cuerpo» (cf. Rom 8,23). En esta línea, la vida conyugal viene a ser, en algún sentido, liturgia.


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Es mi lenguaje del cuerpo continuidad del lenguaje litúrgico del matrimonio?

Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez














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