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  • Teología del amor

52. La verdad del amor

Actualizado: 17 nov 2019

La verdad del amor, proclamada por el Cantar de los Cantares, no puede separarse del «lenguaje del cuerpo». Esta es también la verdad del progresivo acercamiento de los esposos que crece por medio del amor: y la cercanía significa también la iniciación en el misterio de la persona, pero sin que implique su violación (cf. Cant 1, 13-14. 16). La verdad de la creciente cercanía de los esposos por medio del amor se desarrolla en la dimensión subjetiva «del corazón», del afecto y del sentimiento, que permite descubrir en sí al otro como don y, en cierto sentido, de «gustarlo» en sí (cf. Cant 2, 3-67).


La esposa sabe que hacia ella se dirige el «anhelo» del esposo y va a su encuentro con la prontitud del don de sí (cf. Cant 7, 9-10. 11-13), porque el amor que los une es de naturaleza espiritual y sensual a la vez. Y también, a base de ese amor, se realiza la relectura del significado del cuerpo en la verdad, porque el hombre y la mujer deben constituir en común el signo de recíproco don de sí, que pone el sello sobre toda su vida. Ceden a la llamada de algo que supera el contenido del momento y traspasa los límites del eros, tal cual se ven en las palabras del mutuo «lenguaje del cuerpo» (cf. Cant 1, 7-8; 2, 17). Esta aspiración que nace del amor, es una búsqueda de la belleza integral, de la pureza libre de toda mancha: es una búsqueda de perfección que contiene, diría, la síntesis de la belleza humana, belleza del alma y del cuerpo.


En esta necesidad interior, en esta dinámica de amor, se descubre indirectamente la casi imposibilidad de apropiarse y posesionarse de la persona por parte de la otra. La persona es alguien que supera todas las medidas de apropiación. Si el esposo y la esposa releen este «lenguaje» bajo la luz de la plena verdad de la persona y del amor, llegan siempre a la convicción cada vez más profunda de que la amplitud de su pertenencia constituye ese don recíproco donde el amor se revela «fuerte como la muerte», esto es, se remonta hasta los últimos límites del «lenguaje del cuerpo», para superarlos.


El «eros» trata de integrarse, también mediante la otra verdad del amor. Siglos después -a la luz de la muerte y resurrección de Cristo-, esta verdad la proclamará Pablo de Tarso, con las palabras de la Carta a los Corintios: «La caridad es longánime, es benigna, no es envidiosa; no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad jamás decae» (1 Cor 13, 4-8). El amor se abre aquí ante nosotros en dos perspectivas: como si aquello, en que el «eros» humano cierra el propio horizonte, se abriese, a través de las palabras paulinas, a otro horizonte de amor que habla otro lenguaje; el amor que parece brotar de otra dimensión de la persona y llama, invita a otra comunión. Este amor ha sido llamado con el nombre de «ágape» y el ágape lleva a plenitud al eros, purificándolo.


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Cuido de la belleza de mi alma como de la de mi cuerpo? ¿Está mi amor por mi cónyuge en línea con las palabras paulinas descritas en 1 Cor 13, 4-8?

Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez














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