Quisiera concluir ahora esta materia con algunas consideraciones, sobre todo acerca de la enseñanza de la Humanæ vitæ, anteponiendo algunas reflexiones sobre el «Cantar de los Cantares» y el libro de TobÃas. Efectivamente, me parece que todo lo que trato de exponer en los próximos capÃtulos constituye el coronamiento de cuanto he explicado.
El «Cantar de los Cantares» está ciertamente en la lÃnea de ese sacramento donde, a través del «lenguaje del cuerpo», se constituye el signo visible de la participación del hombre y de la mujer en la alianza de la gracia y del amor, que Dios ofrece al hombre. Lo que en el capÃtulo 2 del Génesis (vv. 23-25) se expresó apenas con unas pocas palabras, sencillas y esenciales, en el «Cantar de los Cantares» se desarrolla como un amplio diálogo, o mejor, un dúo, en el que se entrelazan las palabras del esposo con las de la esposa y se completan mutuamente. Las palabras de amor que ambos pronuncian se centran, pues, en el «cuerpo», no sólo porque constituye por sà mismo la fuente de la recÃproca fascinación, sino también y sobre todo porque en él se detiene la atracción hacia la otra persona. El amor, además, desencadena una experiencia particular de la belleza, que se centra sobre lo que es visible, pero que envuelve simultáneamente a toda la persona. El hecho mismo de utilizar la metáfora demuestra cómo, en nuestro caso, el «lenguaje del cuerpo» busca apoyo y confirmación en todo el mundo visible. Se trata, sin duda, de un «lenguaje» que se relee simultáneamente con el corazón y con los ojos.
El término «amada» indica lo que siempre es esencial para el amor, que pone el segundo «yo» al lado del propio «yo». El hecho de que en este acercamiento ella se revele para el esposo como «hermana» -y que precisamente como hermana sea esposa- tiene una elocuencia particular. La expresión «hermana» habla de la unión en la humanidad. *Las palabras del esposo, mediante el apelativo «hermana abrazan todo su «yo», alma y cuerpo, con una ternura desinteresada. De aquà nace esa paz de la que habla la esposa. Esta es sobre todo la paz del encuentro en la humanidad como imagen de Dios, y el encuentro por medio de un don recÃproco y desinteresado *(«Yo seré para él mensajera de paz», Cant 8, 10).
«Eres jardÃn cerrado, hermana y novia mÃa; / eres jardÃn cerrado, fuente sellada» (Cant 4, 12). Se puede decir que ambas metáforas expresan la dignidad personal de la mujer que, en cuanto sujeto espiritual se posee y puede decidir no sólo de la profundidad, sino también de la verdad esencial y de la autenticidad del don de sÃ, que tiende a la unión de la que habla el libro del Génesis. La «hermana-esposa» es para el hombre dueña de su misterio como «jardÃn cerrado» y «fuente sellada». El «lenguaje del cuerpo», releÃdo en la verdad va junto con el descubrimiento de la inviolabilidad interior de la persona. Este descubrimiento expresa la auténtica profundidad de la recÃproca pertenencia de los esposos conscientes de pertenecerse mutuamente, de estar destinados el uno a la otra: «Mi amado es mÃo y yo soy suya» (Cant 2, 16; cf. 6, 3). Cuando la esposa dice: «Mi amado es mÃo», quiere decir, al mismo tiempo: es aquel a quien me entrego yo misma, y por esto dice: «y yo soy suya» (Cant 2, 16). Los adjetivos: «mÃo» y «mÃa» afirman aquà toda la profundidad de esa entrega, que corresponde a la verdad interior de la persona.
El Cantar de los Cantares pone de relieve sutilmente la verdad interior de esta respuesta. La libertad del don es respuesta a la conciencia profunda del don expresada por las palabras del esposo. Mediante esta verdad y libertad se construye el amor, del que hay que afirmar que es amor auténtico.
Fuente: Tomado de TeologÃa del Cuerpo de Juan Pablo II
Reflexión: ¿Qué significa ser hermanos y esposos?
Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez
