Analizamos ahora la sacramentalidad del matrimonio bajo el aspecto del signo. Cuando afirmamos que en el matrimonio como signo sacramental, entra también el «lenguaje del cuerpo», hacemos referencia a la larga tradición bíblica. Esta tiene su origen en el libro del Génesis (sobre todo 2, 23-25) y culmina en la Carta a los Efesios (Ef 5, 21-23). Al analizar los textos de Oseas, Ezequiel, Deutero-Isaías, y de otros Profetas, nos hemos encontrado con esa gran analogía, cuya expresión última es la proclamación de la Nueva Alianza bajo la forma de un desposorio entre Cristo y la Iglesia. Basándose en esta tradición, es posible hablar de un específico «profetismo del cuerpo» que aquí significa precisamente el «lenguaje del cuerpo».
La analogía parece tener dos estratos. En el estrato primero y fundamental, los Profetas presentan la comparación de la Alianza establecida entre Dios e Israel, como un matrimonio (lo que nos permitirá también comprender el matrimonio mismo como una alianza entre marido y mujer). Israel, aunque es un pueblo, es presentado como «esposa». La Alianza de Yavé con Israel tiene el carácter de vínculo nupcial, ese primer estrato de su analogía revela el segundo, que es precisamente el «lenguaje del cuerpo». En primer lugar, pensamos en el lenguaje en sentido objetivo: los Profetas comparan la Alianza con el matrimonio, se remiten al Génesis 2, 24 donde el hombre y la mujer se hacen «una sola carne». Sin embargo, también pasan simultáneamente a su significado subjetivo, o sea, por decirlo así, le permiten al cuerpo mismo hablar. El cuerpo mismo «habla»; habla con su masculinidad o femineidad, habla con el misterioso lenguaje del don personal, habla tanto con el lenguaje de la fidelidad como con el de la infidelidad conyugal. En Oseas 1, 2 «Ve y toma por mujer a una prostituta y engendra hijos de prostitución, pues que se prostituye la tierra, apartándose de Yavé», el «adulterio» y la «prostitución» de Israel constituyen un evidente contraste con el vínculo nupcial. Ezequiel estigmatiza de manera análoga la idolatría, valiéndose del símbolo del adulterio de Jerusalén (cf. Ez 16).
Para todo lenguaje las categorías de la verdad y de la falsedad son esenciales. En los textos de los Profetas, el cuerpo dice la verdad mediante la fidelidad y el amor conyugal, y, cuando comete «adulterio», dice la mentira, comete la falsedad. En el primer caso, Israel como esposa está concorde con el significado nupcial que corresponde al cuerpo humano; en cambio, en el segundo caso, está en contradicción con este significado. Lo esencial para el matrimonio, como sacramento, es el «lenguaje del cuerpo», releído en la verdad ya que mediante él se constituye el signo sacramental. El cuerpo dice la verdad por medio del amor, la fidelidad, la honestidad conyugal. En el momento de pronunciar las palabras del consentimiento matrimonial, los nuevos esposos se sitúan en la línea del mismo «profetismo del cuerpo», cuyo portavoz fueron los antiguos Profetas. «Profeta» es aquel que expresa con palabras humanas la verdad que proviene de Dios, aquel que profiere esta verdad en lugar de Dios, en su nombre y, en cierto sentido, con su autoridad. El «lenguaje del cuerpo», expresado por boca de los ministros del matrimonio, instituye el mismo signo visible de la Alianza y de la gracia que se alimenta continuamente con la fuerza de la «redención del cuerpo», ofrecida por Cristo a la Iglesia. Los esposos proclaman precisamente este «lenguaje del cuerpo», releído en la verdad, como contenido y principio de su nueva vida en Cristo y en la Iglesia. El consentimiento conyugal es, al mismo tiempo, anuncio y causa del hecho de que, de ahora en adelante, ambos serán ante la Iglesia y la sociedad marido y mujer. El consentimiento conyugal tiene sobre todo el carácter de una recíproca profesión de los nuevos esposos, hecha ante Dios. Si el consentimiento conyugal tiene carácter profético, si es la proclamación de la verdad que proviene de Dios y, en cierto sentido, la enunciación de esta verdad en el nombre de Dios, esto se realiza sobre todo en la dimensión de la comunión interpersonal, y sólo indirectamente «ante» los otros y «por» los otros.
El hombre no es capaz, en cierto sentido, de expresar sin el cuerpo este lenguaje singular de su existencia personal y de su vocación. Ha sido constituido desde «el principio» de tal modo, que las palabras más profundas de espíritu: palabras de amor, de donación, de fidelidad, exigen un adecuado «lenguaje del cuerpo». Y sin él no pueden ser expresadas plenamente. Sabemos por el Evangelio que esto se refiere tanto al matrimonio como a la continencia «por el reino de los cielos».
«El lenguaje del cuerpo», antes de ser pronunciado por los labios de los esposos, ministros del matrimonio como sacramento de la Iglesia, ha sido pronunciado por la palabra del Dios vivo, comenzando por el libro del Génesis, a través de los Profetas de la Antigua Alianza, hasta el autor de la Carta a los Efesios. «Yo te recibo como mi esposa - como mi esposo». En las palabras están incluidos: el propósito, la decisión y la opción. El hombre, varón y mujer, es el autor de ese lenguaje en cuanto confiere a su comportamiento y a sus acciones el significado de la verdad de la masculinidad y de la feminidad en la recíproca relación conyugal. En esta verdad del signo y, consiguientemente, en el ethos de la conducta conyugal, se inserta con gran perspectiva el significado procreador del cuerpo.
Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II
Reflexión: ¿El lenguaje de nuestro cuerpo es acorde con el estado de vida en el que nos encontramos? ¿Nuestro cuerpo dice la verdad?
Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez
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