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  • Teología del amor

44. El amor indisoluble de Cristo por la iglesia

Actualizado: 17 nov 2019

La institución del matrimonio, según las palabras del Génesis 2, 24, expresa no sólo el comienzo de la comunidad humana que, mediante la fuerza «procreadora» que le es propia («procread y multiplicaos»: Gén 1, 28) sirve para continuar la obra de la creación, sino que, al mismo tiempo, expresa la iniciativa salvífica del Creador que corresponde a la elección eterna del hombre, de la que habla la Carta a los Efesios. El matrimonio, instituido en el contexto de la creación debía servir no sólo para prolongar la obra de la creación, o sea, de la procreación, sino también para extender sobre las posteriores generaciones de los hombres los frutos sobrenaturales de la elección eterna del hombre por parte del Padre.


«Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5, 32). La imagen contenida en el pasaje citado de la Carta a los Efesios parece hablar sobre todo de la redención como de la realización definitiva del misterio escondido desde los siglos en Dios. La gratificación originaria, unida a la creación, constituía al hombre, mediante la gracia, en el estado de la originaria inocencia y justicia. En cambio, la nueva gratificación del hombre en la redención le da, sobre todo, la «remisión de los pecados». Sin embargo, también aquí puede «sobreabundar la gracia», como dice en otra parte San Pablo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5, 20).


La redención -fruto del amor redentor de Cristo- se convierte basándose en su amor nupcial a la Iglesia, en una dimensión permanente de la vida de la Iglesia misma, dimensión fundamental y vivificante. Es el mysterium magnum de Cristo y de la Iglesia: misterio eterno realizado por Cristo, que «se entregó por ella» (Ef 5, 35); misterio que se realiza continuamente en la Iglesia, porque Cristo «amó a la Iglesia» (Ef 5, 35), uniéndose a ella con amor indisoluble, tal como se unen los esposos en el matrimonio. De este modo la Iglesia vive de la redención, y, a su vez, la completa como la mujer, en virtud del amor nupcial, completa al propio marido, lo que ya se puso de relieve, en cierto modo, «al principio», cuando el hombre halló en la primera mujer «una ayuda semejante a él» (Gén 2, 20).


Aunque la analogía de la Carta a los Efesios no lo precise, podemos añadir que también la Iglesia unida a Cristo, como la mujer con el propio marido, saca de la redención toda su fecundidad y maternidad espiritual. Lo testimonian, de algún modo, las palabras de la Carta de San Pedro, cuando escribe que hemos sido «engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios» (1 Pe 1, 23). Así el misterio escondido desde los siglos en Dios, misterio que en la creación se convirtió en una realidad visible a través de la unión del primer hombre y de la primera mujer en la perspectiva del matrimonio, en la redención se convierte en una realidad visible en la unión indisoluble de Cristo con la Iglesia. Así como el «primer Adán» -el hombre, varón y mujer- creado en el estado de la inocencia originaria y llamado en este estado a la unión conyugal, así también el «segundo Adán», Cristo, unido con la Iglesia a través de la redención con un vínculo indisoluble, análogo a la alianza indisoluble de los esposos, es signo definitivo del mismo misterio eterno.

Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II

Reflexión: ¿Estoy unido a la iglesia, con «amor indisoluble», como lo está Cristo?

Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez














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