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  • Teología del amor

41. Elegidos para ser santos

El texto de Efesios contiene las bases de la sacramentalidad de toda la vida cristiana, y en particular, las bases de la sacramentalidad del matrimonio. «Sacramento» no es sinónimo de «misterio». Efectivamente, el misterio permanece «oculto» -escondido en Dios mismo-, de manera que, incluso después de su revelación no cesa de llamarse «misterio». El sacramento presupone la revelación del misterio y su aceptación mediante la fe, por parte del hombre. Sin embargo, el sacramento también consiste en «manifestar» ese misterio en un signo que sirve no sólo para proclamar el misterio, sino también para realizarlo en el hombre. El sacramento es signo visible y eficaz de la gracia. Mediante él, se realiza en el hombre el misterio escondido desde la eternidad en Dios, del que habla, al comienzo, la Carta a los Efesios (Ef 1, 9); misterio de la llamada a la santidad, por parte de Dios, del hombre en Cristo, y misterio de su predestinación a convertirse en hijo adoptivo.


El capítulo primero de la Carta trata, sobre todo, del misterio «escondido desde los siglos en Dios» como don destinado eternamente al hombre. «Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia. Por esto nos hizo gratos en su amado» (Ef 1, 3-6). El don mencionado se hace parte real del hombre en el mismo Cristo: «en quien tenemos la redención por virtud de su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia que superabundantemente derramó sobre nosotros en perfecta sabiduría y prudencia. (Ef 1, 7-8). La redención significa como una «nueva creación», significa la apropiación de todo lo que es creado: para expresar en la creación la plenitud de justicia, equidad y santidad designada por Dios, y para expresar esa plenitud sobre todo en el hombre, creado como varón y mujer, «a imagen de Dios».


El eterno misterio ha pasado del estado de «ocultamiento en Dios», a la fase de revelación y realización. Cristo, en quien la humanidad ha sido «desde los siglos» elegida y bendecida «con toda bendición espiritual», del Padre. Por esto, el autor de la Carta a los Efesios, en la continuación de la misma Carta, exhorta a aquellos a quienes ha llegado esta revelación, a modelar su vida en el espíritu de la verdad conocida. De modo particular exhorta a lo mismo a los esposos cristianos.


En el centro del misterio está Cristo. En Él la humanidad ha sido eternamente bendecida «con toda bendición espiritual». En Él la humanidad ha sido elegida «antes de la creación del mundo», elegida «en la caridad» y predestinada a la adopción de hijos. En Él «tenemos la redención por la virtud de su sangre, la remisión de los pecados...» (Ef 1, 7).* De este modo los hombres que aceptan mediante la fe el don que se les ofrece en Cristo, se hacen realmente partícipes del misterio eterno, aunque actúe en ellos bajo los velos de la fe. Esta donación sobrenatural de los frutos de la redención hecha por Cristo adquiere, según la Carta a los Efesios 5, 22-33, el carácter de una entrega nupcial de Cristo mismo a la Iglesia. Por lo tanto, no sólo los frutos de la redención son don, sino sobre todo lo es Cristo: Él se entrega a Sí mismo a la Iglesia, como a su Esposa.*


El hombre aparece en el mundo visible como la expresión más alta del don divino, porque lleva en si la dimensión interior del don. Y con ella trae al mundo su particular semejanza con Dios, con la que trasciende y domina su propia "visibilidad" en el mundo, es decir, su corporeidad. Un reflejo de esta semejanza es también la conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, penetrada por el misterio de la «inocencia originaria». Así en esta dimensión, se constituye un sacramento primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad. Y este es el misterio de la verdad y del amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente. «Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo... nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo, por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad...» (Ef 1, 3-4).


La Carta a los Efesios abre ante nosotros el misterio, de los designios eternos de Dios Padre respecto al hombre. Antes del pecado, el hombre llevaba en su alma el fruto de la elección eterna en Cristo «Nos eligió... para que fuésemos santos e inmaculados ante El» (Ef 1, 4). La realidad de la creación del hombre estaba ya impregnada por la perenne elección del hombre en Cristo: llamada a la santidad a través de la gracia de adopción como hijos «nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado»: (Ef 1, 5-6). La gracia de la adopción como hijos ha sido dada en consideración a Aquel que, desde la eternidad, era «amado» como Hijo, aunque -según las dimensiones del tiempo y de la historia- la gratificación haya precedido a la encarnación de este «Hijo amado» y también a la «redención» que tenemos en El «por su sangre» (Ef 1, 7).


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Cómo respondo desde mi vida a la llamada de Dios a la santidad y a ser su hijo?

Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez














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