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  • Teología del amor

39. La santificación como propósito del amor

La analogía de la Cabeza y del Cuerpo hace referencia a que la Iglesia está formada por Cristo; está constituida por El en su parte esencial, como el cuerpo por la cabeza. Paralelamente, el autor habla como si en el matrimonio también el marido fuera «cabeza de la mujer», y la mujer «cuerpo del marido», cual si los dos cónyuges formaran una unión orgánica. Lo anterior puede hallar su fundamento en el Génesis donde se habla de «una sola carne» (Gén 2, 24). El autor se sirve de una doble analogía: cabeza-cuerpo, marido-mujer, a fin de ilustrar con claridad la naturaleza de la unión entre Cristo y la Iglesia. La analogía «cabeza-cuerpo» hace que nos encontremos con dos sujetos distintos, los cuales, en virtud de una especial relación recíproca, vienen a ser, en cierto sentido un solo sujeto sin perder su individualidad. Cristo es un sujeto diverso de la Iglesia, sin embargo, en virtud de una relación especial, se une con ella. El marido debe amar a su mujer como al propio cuerpo: el cuerpo de la mujer no es el cuerpo propio del marido, pero debe amarlo como a su propio cuerpo por la unidad que existe entre ambos. El amor no solo une a dos sujetos, sino que les permite compenetrarse mutuamente, perteneciendo espiritualmente el uno al otro, hasta tal punto que el autor de la Carta puede afirmar: «El que ama a su mujer, a sí mismo se ama» (Ef 5, 28).


Aunque los cónyuges deben estar «sometidos unos a los otros en el temor de Cristo» (Ef 5, 22-23), sin embargo, a continuación, el marido es sobre todo, el que ama y la mujer, en cambio, la que es amada. Se podría incluso arriesgar la idea de que la «sumisión» de la mujer al marido, entendida en el contexto de todo el pasaje de la Carta a los Efesios, significaba, sobre todo, «experimentar el amor». Tanto más cuanto que esta «sumisión» se refiere a la imagen de la sumisión de la Iglesia a Cristo, que consiste ciertamente en experimentar su amor. La Iglesia, como esposa, al ser objeto del amor redentor de Cristo Esposo, se convierte en su cuerpo. La mujer, al ser objeto del amor nupcial del marido, se convierte en «una sola carne» con él en cierto sentido, en su «propia» carne. El autor repetirá esta idea una vez más en la última frase del pasaje que estamos analizando: «Por lo demás, ame cada uno a su mujer, y ámela como a sí mismo» (Ef 5, 33).


«Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a si gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable». (Ef 5, 25-27). El autor de la Carta a los Efesios habla del amor de Cristo a la Iglesia, explicando el modo en que se expresa ese amor, y presentándolo como modelo que debe seguir el marido con relación a la mujer. El amor de Cristo a la Iglesia tiene como finalidad esencialmente su santificación: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella... para santificarla» (Ef 5, 25-26). En el principio de esta santificación está el bautismo fruto primero y esencial de la entrega de sí que Cristo ha hecho por la Iglesia. En el texto objeto de nuestro análisis el bautismo no es llamado por su propio nombre, sino definido como purificación «mediante el lavado del agua, con la palabra» (Ef 5-26). Como sacramento del bautismo el «lavado del agua con la palabra» convierte a la Iglesia en esposa no sólo «in actu primo», sino también en la perspectiva más lejana, o sea, en la perspectiva escatológica. Ya que el bautismo es sólo el comienzo, del que deberá surgir la figura de la Iglesia gloriosa (como leemos en el texto), cual fruto definitivo del amor redentor y nupcial, en la última venida de Cristo (parusía). El que recibe el bautismo, en virtud del amor redentor de Cristo, se hace, al mismo tiempo, participe de su amor nupcial a la Iglesia.


Es significativo que la imagen de la Iglesia gloriosa se presente, en el texto citado, como una esposa toda ella hermosa en su cuerpo. Se trata de una metáfora; pero resulta muy elocuente para testimoniar la importancia del cuerpo en la analogía del amor nupcial. La Iglesia «gloriosa» es la que no tiene «mancha ni arruga». En el sentido metafórico, esta expresión indica los defectos morales, el pecado.


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿El amor hacia mi cónyuge, en semejanza al amor de Cristo por la iglesia, tiene como finalidad su santificación?

Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez














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