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  • Teología del amor

38. La verdad esencial sobre el matrimonio

«Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella...» (Ef 5, 24- 25). La enseñanza de esta parte de la Carta se inserta en la realidad misma del misterio oculto desde la eternidad en Dios y revelado a la humanidad en Jesucristo. Aquí somos testigos de un encuentro de ese misterio con la esencia misma de la vocación al matrimonio. ¿Cómo hay que entender este encuentro? Revisemos la analogía entre Cristo y la Iglesia y los cónyuges:


• «Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor...» (Ef 5, 22); he aquí el primer miembro de la analogía.

• «Porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia...» (Ef 5, 23) éste es el segundo miembro, que constituye la clarificación y la motivación del primero.

• «Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos...» (Ef 5, 24): la relación de Cristo con la Iglesia, presentada antes, se expresa ahora como relación de la Iglesia con Cristo, y aquí está comprendiendo el siguiente miembro de la analogía.

• Finalmente: «Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella...» (Ef 5, 25): he aquí el último miembro de la analogía.


La continuación de la Carta a los Efesios desarrolla el pensamiento fundamental del pasaje que acabamos de citar; y todo el capítulo 5 (vv. 21-33) está totalmente penetrado por la misma analogía; esto es, la relación recíproca entre los cónyuges, marido y mujer, los cristianos la entienden a imagen de la relación entre Cristo y la Iglesia. Esta relación es, al mismo tiempo, revelación y realización del misterio del amor eterno de Dios al hombre, a la humanidad: el misterio que se realiza en el tiempo a través de la relación de Cristo con la Iglesia.


La relación nupcial que une a los cónyuges debe -según el autor de la Carta a los Efesios- ayudarnos a comprender el amor que une a Cristo con la Iglesia, el amor recíproco de Cristo y de la Iglesia, en el que se realiza el eterno designio divino de la salvación del hombre. Sin embargo, el significado de la analogía no se agota aquí. Al esclarecer el misterio de la relación entre Cristo y la Iglesia, la analogía descubre a la vez, la verdad esencial sobre el matrimonio esto es, que el matrimonio corresponde a la vocación de los cristianos únicamente cuando refleja el amor que Cristo-Esposo dona a la Iglesia, su Esposa, y con el que la Iglesia (a semejanza de la mujer «sometida», por lo tanto, plenamente donada) trata de corresponder a Cristo. Este es el amor redentor, salvador, el amor con el que el hombre, desde la eternidad, ha sido amado por Dios en Cristo: «En Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El...» (Ef 1, 4). El matrimonio corresponde a la vocación de los cristianos en cuanto cónyuges sólo si, precisamente, se refleja y se realiza en él ese amor.

Esta analogía actúa en dos direcciones. Si, por una parte, nos permite comprender mejor la esencia de la relación de Cristo con la Iglesia, por otra, nos permite penetrar más profundamente en la esencia del matrimonio, al que están llamados los cristianos. Manifiesta, en cierto sentido, el modo en que este matrimonio, en su esencia más profunda, emerge del misterio del amor eterno de Dios al hombre y a la humanidad: de ese misterio salvífico que se realiza en el tiempo mediante el amor nupcial de Cristo a la Iglesia. En la base de la comprensión del matrimonio está la relación nupcial de Cristo con la Iglesia. A partir de esta analogía el matrimonio se convierte en signo visible del eterno misterio divino, a imagen de la Iglesia unida con Cristo. De este modo la Carta a los Efesios nos lleva a las bases mismas de la sacramentalidad del matrimonio.


La «entrega» de Cristo al Padre por medio de la obediencia hasta la muerte de cruz adquiere aquí un sentido estrictamente eclesiológico: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5, 25). A través de una donación total por amor ha formado a la Iglesia como su cuerpo y continuamente la edifica, convirtiéndose en su cabeza. Ese don de si al Padre por medio de la obediencia hasta la muerte (Flp 2, 8), es al mismo tiempo, según la Carta a los Efesios, un «entregarse a sí mismo por la Iglesia». En esta expresión, el amor redentor se transforma en amor nupcial: Cristo, al entregarse a sí mismo por la Iglesia, con el mismo acto redentor se ha unido de una vez para siempre con ella, como el esposo con la esposa. De este modo, el misterio de la redención del cuerpo lleva en sí, de alguna manera, el misterio «de las bodas del Cordero» (Ap 19, 7). Puesto que Cristo es cabeza del cuerpo, todo el don salvífico de la redención penetra a la Iglesia como al cuerpo de esa cabeza, y forma continuamente la más profunda sustancia de su vida.


El autor presenta el amor de Cristo a la Iglesia como modelo del amor de los esposos. El bien que quien ama crea, con su amor, en la persona amada, es como una verificación del mismo amor y su medida.

Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II

Reflexión: ¿Vivo mi matrimonio de tal forma que refleje y realice el amor de Cristo por la Iglesia?

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Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez


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