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  • Teología del amor

31. El primer y el último Adán

Entre la respuesta dada por Cristo a los saduceos, transmitida por los Evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36), y el apostolado de Pablo tuvo lugar ante todo el hecho de la resurrección de Cristo mismo y una serie de encuentros con el Resucitado. En la base de su fe en la resurrección expresada sobre todo en el capítulo 15 de la primera Carta a los Corintios está ese encuentro con el Resucitado, que se convirtió en el fundamento de su apostolado.

Cristo, en su respuesta (pre-pascual) no hacía referencia a la propia resurrección, sino que se remitía a la realidad del Dios vivo del Antiguo Testamento. Pablo, en su argumentación post-pascual sobre la resurrección, se remite sobre todo a la realidad de la resurrección de Cristo. Más aún, defiende esta verdad incluso como fundamento de la fe en su integridad: «...Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación. Vana nuestra fe... Pero no; Cristo ha resucitado de entre los muertos» (1 Cor 15, 14, 20).

Leemos en la primera Carta a los Corintios 15, 42-46, acerca de la resurrección de los muertos: «Se siembra en corrupción y se resucita en incorrupción. Se siembra en ignominia y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se levanta en poder. Se siembra cuerpo animal y se levanta cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, también lo hay espiritual. Que por eso está escrito: El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante. Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal: después lo espiritual». Es significativo en el texto paulino que la perspectiva escatológica del hombre está unida, tanto con la referencia al «principio», como con la profunda conciencia de la situación «histórica» del hombre. Al hombre destinatario de su escrito tanto -en la comunidad de Corinto, como en todos los tiempos-, Pablo lo confronta con Cristo, resucitado, «el último Adán». Al hacerlo así, le invita a seguir las huellas de la propia experiencia post-pascual.

El Apóstol, al contraponer Adán y Cristo (resucitado) -o sea, el primer Adán al último Adán- muestra como entre estos dos polos se desarrolla el proceso que él expresa con las siguientes palabras: «Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevamos también la imagen del celestial» (1 Cor 15, 49). Este «hombre celestial», no es la negación del «hombre terreno», sino sobre todo su cumplimiento y su confirmación en el ámbito de los designios de Aquel que, desde el principio, creó al hombre a su imagen y semejanza. La humanidad del «primer Adán», «hombre terreno», lleva en sí una particular potencialidad (que es capacidad y disposición) para acoger todo lo que vino a ser el «segundo Adán», o sea, Cristo. La imagen de Cristo Resucitado que estamos llamados a llevar es la realidad escatológica pero, al mismo tiempo, es ya en cierto sentido una realidad de este mundo, puesto que se ha revelado en él mediante la resurrección de Cristo.

Así, pues, Pablo reproduce en su síntesis todo lo que Cristo había anunciado, cuando se remitió, en tres momentos diversos, al «principio» en la conversación con los fariseos (Mt 19, 3-8; Mc 10, 2-9); al «corazón» humano, como lugar de lucha con las concupiscencias en el interior del hombre, durante el Sermón de la montaña (Mt 5, 27); y a la resurrección como realidad del «otro mundo», en la conversación con los saduceos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36).

En la Carta a los Romanos al decir «...También nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23), el Apóstol anuncia «la redención del cuerpo» que actúa en el alma del hombre mediante los dones del Espíritu, y en la Carta a los Corintios (1 Cor 15, 42-49) el cumplimiento de esta redención en la futura resurrección. Es decir, la redención es el camino para la resurrección y la resurrección constituye el cumplimiento definitivo de la redención del cuerpo. El «cuerpo espiritual» debería significar precisamente la perfecta sensibilidad de los sentidos, su perfecta armonización con la actividad del espíritu humano en la verdad y en la libertad.

Las palabras de Cristo referidas por los Sinópticos, abren ante nosotros la perspectiva de la visión de Dios «cara a cara», en la que hallará su fuente inagotable tanto la «virginidad» perenne, como la «intersubjetividad» perenne de todos los hombres, que vendrán a ser partícipes de la resurrección. Así mismo, toda la antropología (y la ética) de San Pablo están penetradas por el misterio de la resurrección, mediante el cual hemos recibido definitivamente el Espíritu Santo. El capítulo 15 de la primera Carta a los Corintios constituye la interpretación paulina del «otro mundo» en el que cada uno, juntamente con la resurrección del cuerpo, participará plenamente del don del Espíritu vivificante, esto es, del fruto de la resurrección de Cristo. Estas reflexiones tienen un significado fundamental para toda la teología del cuerpo; para comprender, tanto el matrimonio, como el celibato «por el reino de los cielos».

Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: «Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevamos también la imagen del celestial» (1 Cor 15, 49) ¿Somos conscientes de esta realidad? ¿Llevamos en nuestra vida diaria la imagen del hombre celestial?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez









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