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  • Teología del amor

26. El templo del Espíritu Santo

Hemos analizado dos pasajes, tomados de la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5) y de la primera Carta a los Corintios (12, 18-25), con el fin de mostrar lo que parece ser esencial en la doctrina de San Pablo sobre la pureza como virtud. Si en el texto citado de la primera Carta a los Tesalonicenses se puede comprobar que la pureza consiste en la templanza, en ese mismo texto, al igual que en la primera Carta a los Corintios, se pone también de relieve la nota del «respeto». La abstención «de la impureza», que implica el mantenimiento del cuerpo «en santidad y respeto», permite deducir que, según la doctrina del Apóstol, la pureza es una «capacidad» fruto de la vida «según el Espíritu» es decir, fruto del don del Espíritu Santo.


Estas dos dimensiones de la pureza -la dimensión moral, o sea, la virtud, y la dimensión carismática, o sea, el don del Espíritu Santo, están estrechamente ligadas en el mensaje de Pablo. Esto lo pone especialmente de relieve el Apóstol en la primera Carta a los Corintios, en la que llama al cuerpo «templo» (por lo tanto: morada y santuario) del Espíritu Santo. «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?», pregunta Pablo a los Corintios (1 Cor 6, 19), después de haberles instruido antes con mucha severidad acerca de las exigencias morales de la pureza. «Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo» (1 Cor 6, 18). Estos pecados llevan consigo la «profanación» del cuerpo: privan al cuerpo del respeto que se le debe a causa de la dignidad de la persona. El Apóstol va más allá: según él, el pecado contra el cuerpo es también «profanación del templo».Sobre la dignidad del cuerpo humano, a los ojos de Pablo, no sólo decide el hombre constituido como sujeto personal, sino más aún la realidad sobrenatural que, como fruto de la redención realizada por Cristo, nuestro cuerpo es morada y presencia continua del Espíritu Santo. Y este nuevo don de Dios obliga. El Apóstol hace referencia a esta dimensión de obligación cuando escribe: «El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo» (1 Cor, 6, 13).


Con la Encarnación Cristo ha impreso en el cuerpo una nueva dignidad, el hecho de que el cuerpo humano venga a ser en Jesucristo cuerpo de Dios-Hombre es algo que cada cristiano debe tener en cuenta en su comportamiento respecto al «propio» cuerpo y, evidentemente respecto al cuerpo del otro. La redención del cuerpo comporta la institución en Cristo y por Cristo de una nueva medida de la santidad del cuerpo. A esta santidad precisamente se refiere Pablo en la primera carta de los Tesalonicenses (4, 3-5), cuando habla de «mantener el propio cuerpo en santidad y respeto».


Una cosa es la satisfacción de las pasiones, y otra la alegría que el hombre encuentra en poseerse más plenamente a sí mismo, pudiendo convertirse de este modo también más plenamente en un verdadero don para otra persona. En una pureza madura, se manifiesta en parte la eficacia del don del Espíritu Santo, de quien el cuerpo humano es «templo» ( 1 Cor 6, 19).

Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Qué implicaciones tiene en nuestra vida diaria la pregunta de Pablo a los Corintios: «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?» (1 Cor 6, 19).


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez





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