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  • Teología del amor

23. La vida según el Espíritu

En la Carta a los Gálatas (5, 16-17) San Pablo pone de relieve la tensión que existe en el interior del hombre entre la «carne» y el «Espíritu» (escrito con mayúscula, es decir, el Espíritu Santo): «Os digo, pues: andad en Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne porque la carne tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne…». Cuando San Pablo dice la «carne» indica no sólo al hombre «exterior», sino también al hombre «interiormente» sometido al mundo, el hombre de la triple concupiscencia. Por el contrario, es precisamente en la «vida según el Espíritu» donde se vive la pureza de corazón, de la que habló Cristo en el sermón de la montaña.


La misma contraposición de la vida «según la carne» y «según el Espíritu» la encontramos en la Carta a los Romanos (Rom 8, 5-10). Seguidamente Pablo presenta la victoria final sobre el pecado y sobre la muerte, a través de la resurrección de Cristo: «El que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu, que habita en vosotros» (Rom 8, 11). Aquí, San Pablo pone de relieve la «justificación» en Cristo, destinada ya al hombre «histórico». Esta «justificación» por la fe, es decir, mediante la redención realizada por Cristo mismo, obra en el interior del hombre por medio del Espíritu Santo y es, según San Pablo, una auténtica fuerza que actúa en el hombre y que se revela y afirma en sus acciones. La redención realizada por Cristo, es a la que Pablo llama también «redención del cuerpo». En el corazón y en el comportamiento del hombre, fructifica la redención de Cristo, gracias a esas fuerzas del Espíritu que realizan la «justificación», esto es, que hacen realmente que la justicia «abunde» en el hombre, como se inculca en el Sermón de la montaña: Mt 5, 20, es decir, que abunde en la medida que Dios mismo ha querido y que Él espera.


En otra parte de la Carta a los Gálatas dice Pablo: «Ahora bien; las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lasciva, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, rencillas, disensiones, divisiones, envidias, homicidios, embriagueces, orgías y otras como éstas...» (5, 19-21). «Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza... (5, 22-23). Observemos que entre los frutos del Espíritu el Apóstol incluye la templanza la cual implica el «dominio de sí».


Resulta significativo que Pablo, al hablar de las «obras de la carne» (Gál 5, 11-21), mencione no sólo «fornicación, impureza, lascivia..., embriagueces, orgías» -por lo tanto, todo lo que, según un modo objetivo de entender, reviste el carácter de los «pecados carnales» -, sino que nombra también otros pecados: «idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, rencillas, disensiones, divisiones, envidias...» (Gál 5, 20-21) que de acuerdo con nuestras categorías antropológicas (y éticas) nos sentiríamos propensos, más bien a llamar «pecados del espíritu» humano. No sin motivo habremos podido entrever en ellas más bien los efectos de la «concupiscencia de los ojos» o de la «soberbia de la vida», que no los efectos de la «concupiscencia de la carne». Sin embargo, Pablo las califica como «obras de la carne», lo que solo se puede entender sobre el fondo de ese significado más amplio que en las Cartas paulinas asume el término «carne», contrapuesto sólo y no tanto al «espíritu» humano, cuanto al Espíritu Santo que actúa en el alma (en el espíritu) del hombre.


Todos los pecados son expresión de la «vida» según la carne, que se contrapone a la «vida según el Espíritu». Mientras en el primer caso nos encontramos con el hombre abandonado a la concupiscencia, en el segundo nos hallamos frente a lo que llamamos el ethos de la redención. En la doctrina paulina, la vida «según la carne» y la vida «según el Espíritu», encuentran un amplio y diferenciado campo para traducirse en obras. La vida según el Espíritu se logra gracias a la potencia del Espíritu Santo que, actuando dentro del espíritu humano, hace realmente que sus deseos fructifiquen en bien. Por tanto, éstas son no sólo -y no tanto- «obras» del hombre, cuanto «fruto», esto es, efecto de la acción del «Espíritu» en el hombre.


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: En nuestro diario vivir, ¿podemos identificar cuando obramos según la carne y cuando según el Espíritu?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez





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