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  • Teología del amor

22. La pureza es exigencia del amor

La conciencia del estado pecaminoso en el hombre histórico es no sólo un necesario punto de partida, sino también una condición indispensable de su aspiración a la virtud, a la «pureza de corazón», a la perfección. Incluso cuando el hombre se ha habituado a ceder a la concupiscencia de la carne, desde la primera vez que logra el dominio de si, y mucho más si adquiere después el hábito, realiza la gradual experiencia de la propia dignidad y, mediante la templanza, atestigua el propio autodominio y demuestra que realiza lo que en él es esencialmente personal. Y, además, experimenta gradualmente la libertad del don, que por un lado es la condición, y por otro es la respuesta del sujeto al valor esponsalicio del cuerpo humano. Así, pues, el ethos de la redención del cuerpo se realiza a través del dominio de sí, a través de la templanza de los «deseos», cuando en el corazón humano adquieren voz los estratos más profundos de la potencialidad del hombre, a los cuales la concupiscencia de la carne, por decirlo así, no permitiría manifestarse. Estos estratos tampoco pueden emerger si el corazón humano está anclado en una sospecha permanente, o cuando la sexualidad se entiende como un «antivalor».


El ethos de la redención del cuerpo permanece profundamente arraigado con la Revelación. Al referirse, en este caso, al «corazón», Cristo formula sus palabras del modo más concreto: efectivamente, el hombre es único e irrepetible sobre todo a causa de su «corazón», que decide en él «desde dentro». La pureza de corazón se explica, con la relación hacia el otro sujeto, que es originaria y perennemente «conllamado». La pureza es exigencia del amor. Es la dimensión de su verdad interior en el «corazón» del hombre.


Cuando Cristo, explicando el significado justo del mandamiento: «No adulterarás», hizo una llamada al hombre interior, especificó, al mismo tiempo, la pureza, con la que están marcadas las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer en el matrimonio y fuera del matrimonio. Pureza que en el sermón de la montaña está comprendida en el enunciado de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8).


Cristo ve en el corazón, en lo íntimo del hombre, la fuente de la pureza, pero también de la impureza moral. «...lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias; pero comer sin lavarse las manos, eso no hace impuro al hombre» (Mt 15, 18-20; también Mc 7, 20-23). Cristo se cuidó bien de no vincular la pureza en sentido moral (ético) con la fisiología y con los procesos orgánicos. El concepto de «pureza» y de «impureza» en sentido moral es ante todo un concepto general, por lo que todo bien moral es manifestación de pureza, y todo mal moral es manifestación de impureza.

Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Puedo amar al otro sin tener una mirada pura hacia él? ¿Cómo deseo ser mirado por quien dice amarme? ¿A qué se refiere Cristo cuando dice: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8)?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez



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