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  • Teología del amor

21. El ethos de la redención

El hombre interior es el sujeto específico del ethos del cuerpo, y Cristo quiere impregnar de esto la conciencia y la voluntad de sus oyentes y discípulos. Se trata indudablemente de un ethos que es «nuevo» en relación con el de los hombres del Antiguo Testamento. Este «nuevo» ethos, que emerge de la perspectiva de las palabras de Cristo pronunciadas en el sermón de la montaña, lo hemos llamado «ethos de la redención» y, más precisamente, ethos de la redención del cuerpo. La «redención del cuerpo», presentada como el fin del misterio de la redención del hombre y del mundo, realizada por Cristo.


¿En qué sentido, pues, podemos hablar del ethos de la redención y especialmente del ethos de la redención del cuerpo? Debemos reconocer que en el contexto de las palabras del sermón de la montaña (Mt 5, 27-28), que hemos analizado, este significado no aparece todavía en toda su plenitud. Se manifestará más completamente cuando examinemos otras palabras de Cristo, esto es, aquellas en las que se refiere a la resurrección (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36). Sin embargo, no hay duda alguna de que también en el sermón de la montaña Cristo habla en la perspectiva de la redención del hombre (y precisamente, por lo tanto, de la «redención del cuerpo»). De hecho, ésta es la perspectiva de todo el Evangelio, de toda la enseñanza, más aún, de toda la misión de Cristo. El que en la enseñanza de Cristo la referencia fundamental a la cuestión del matrimonio y al problema de las relaciones entre el hombre y la mujer, se remita al «principio» sólo puede ser justificado por la realidad de la redención; fuera de ella, en efecto, permanecería únicamente la triple concupiscencia, o sea, esa «servidumbre de la corrupción», de la que escribe el Apóstol Pablo (Rom 8,21).


En el sermón de la montaña Cristo no invita al hombre a retornar al estado de la inocencia originaria, porque la humanidad la ha dejado irrevocablemente detrás de sí, sino que lo llama a encontrar -sobre el fundamento de los significados perennes y, por así decir, indestructibles de lo que es «humano»- las formas vivas del «hombre nuevo». De este modo se establece un vínculo, más aún, una continuidad entre el «principio» y la perspectiva de la redención. En el ethos de la redención del cuerpo deberá reanudarse de nuevo el ethos originario de la creación. Cristo no cambia la ley, sino que confirma el mandamiento: «No adulterarás»; pero, al mismo tiempo, lleva el entendimiento y el corazón de los oyentes hacia esa «plenitud de la justicia» querida por Dios creador y legislador, que encierra este mandamiento en sí. Esta plenitud se descubre: primero con una visión interior «del corazón», y luego con un modo adecuado de ser y de actuar. La forma del hombre «nuevo» puede surgir en la medida en que el ethos de la redención del cuerpo domina al hombre de la concupiscencia. *Cristo indica con claridad que el camino para alcanzarlo debe ser la templanza y el dominio de los deseos, y esto en la raíz misma, en la esfera puramente interior («todo el que mira para desear.»). *


El ethos de la redención contiene el imperativo del dominio de sí, la necesidad de una inmediata continencia y de una templanza habitual. En este comportamiento el corazón humano permanece vinculado al valor del significado esponsalicio del cuerpo, mediante el cual el Creador -junto con el perenne atractivo recíproco del hombre y de la mujer- ha escrito en el corazón de ambos el don de la comunión, es decir, la misteriosa realidad de su imagen y semejanza. En el terreno del ethos de la redención la unión con ese valor mediante un acto de dominio, se restablece, con una fuerza y una firmeza todavía más profundas. El acto del dominio de sí y de la templanza, a los que llama Cristo en el sermón de la montaña (Mt 5, 27-28) buscan conservar este valor.


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Qué significa que Cristo haya muerto en la cruz para redimirme? ¿Qué relación tiene eso con mi cuerpo?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez







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