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  • Teología del amor

20. Eros y ethos

Según Platón, el «eros» representa la fuerza interior, que arrastra al hombre hacia todo lo que es bueno, verdadero y bello. En cambio, en el significado común y en la literatura, esta «atracción» parece ser ante todo de naturaleza sexual. La narración bíblica (sobre todo en Génesis 2, 23-25), indudablemente atestigua la recíproca atracción y la llamada perenne de la persona a esa «unidad en la carne» que, al mismo tiempo, debe realizar la unión-comunión de las personas. Como «eróticos» se definen sobre todo esos modos de comportamiento recíprocos mediante los cuales el hombre y la mujer se acercan y se unen hasta formar «una sola carne». Si lo «erótico» y lo que se «deriva del deseo» (y sirve para saciar la «concupiscencia misma de la carne») fuera lo mismo, las palabras de Cristo según Mateo 5, 27-28 expresarían un juicio negativo sobre lo que es «erótico».


Si admitimos que el «eros» significa la fuerza interior que «atrae» al hombre hacia la verdad, el bien y la belleza, entonces en el ámbito de este concepto se ve también abrirse el camino hacia lo que Cristo quiso expresar en el sermón de la montaña. En el ámbito erótico, el «eros y el «ethos» no se contraponen mutuamente, sino que están llamados a encontrarse en el corazón humano y a fructificar en este encuentro.* Muy digno del corazón humano es que la forma de lo que es «erótico» sea, al mismo tiempo, forma del ethos, es decir, de lo que es ético»*


De ordinario somos propensos a considerar las palabras del sermón de la montaña sobre la «concupiscencia» (sobre el «mirar para desear») exclusivamente como una prohibición, una prohibición en la esfera del «eros». Y muy frecuentemente nos contentamos sólo con esta comprensión, sin tratar de descubrir los valores realmente profundos y esenciales que esta prohibición protege. Que no solamente protege, sino que los hace también accesibles y los libera, si aprendemos a abrir nuestro «corazón» hacia ellos. Es necesario encontrar continuamente en lo que es «erótico» el significado esponsalicio del cuerpo y la auténtica dignidad del don. Esta es la tarea del espíritu humano, tarea de naturaleza ética. Si no se asume esta tarea, la atracción de los sentidos y la pasión del cuerpo pueden quedarse en la mera concupiscencia carente de valor ético, y el hombre no experimenta esa plenitud del «eros», que significa el impulso del espíritu humano hacia lo que es verdadero, bueno y bello, por lo que también lo que es «erótico» se convierte en verdadero, bueno y bello. Es indispensable, pues, que el ethos venga a ser la forma constitutiva del eros.


El hombre aprende a discernir entre lo que, por una parte, compone la riqueza de la masculinidad y feminidad en los signos que provienen de su perenne llamada y atracción creadora, y lo que, por otra parte, lleva sólo el signo de la concupiscencia. Y aunque estas variantes y matices de los movimientos internos del «corazón», dentro de un cierto límite, se confundan entre sí, sin embargo, se dice que el hombre interior ha sido llamado por Cristo a adquirir una valoración madura y perfecta, que lo lleve a discernir y juzgar los varios motivos de su mismo corazón. Las palabras de Cristo son rigurosas. Exigen al hombre que, en el ámbito en que se forman las relaciones con las personas del otro sexo, tenga plena y profunda conciencia de los propios actos y, sobre todo, de los actos interiores. *Las palabras de Cristo exigen que el hombre en esta esfera, que parece pertenecer exclusivamente al cuerpo y a los sentidos, esto es, al hombre exterior, sepa ser verdaderamente hombre interior- sepa obedecer a la recta conciencia; sepa ser el auténtico señor de los propios impulsos íntimos, como guardián que vigila una fuente oculta; y finalmente, sepa sacar de todos esos impulsos lo que es conveniente para la «pureza del corazón». *


Muy frecuentemente se juzga que lo propio del ethos es sustraer la espontaneidad a lo que es erótico, pero quien acepta el ethos del enunciado de Mateo 5, 27-28, debe saber que también está llamado a la plena y madura espontaneidad de las relaciones, que nacen de la perenne atracción de la masculinidad y de la feminidad. No puede haber esta espontaneidad en los impulsos que nacen de la mera concupiscencia carnal, carente en realidad de una opción y de una jerarquía adecuada. Precisamente a precio del dominio sobre ellos el hombre alcanza esa espontaneidad más profunda y madura, con la que su «corazón», adueñándose de los instintos, descubre de nuevo la belleza espiritual del signo constituido por el cuerpo humano


Cuando el deseo sexual se une con una complacencia noble, es diverso de un mero y simple deseo. Análogamente, la excitación sensual es bien distinta de la emoción profunda, con que no sólo la sensibilidad interior, sino la misma sexualidad reaccionan en la expresión de la feminidad y de la masculinidad de manera integral. Las palabras del sermón de la montaña, con las que Cristo llama la atención de sus oyentes -de entonces y de hoy- sobre la «concupiscencia» señalan indirectamente el camino hacia una madura espontaneidad del «corazón» humano, que no sofoca sus nobles deseos y aspiraciones, sino que, al contrario, los libera y, en cierto sentido, los facilita.


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Cuál es el valor que busca proteger y liberar el llamado a mirar con pureza de corazón? ¿Qué significa la frase: Es indispensable, pues, que el ethos venga a ser la forma constitutiva del eros?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez





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