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  • Teología del amor

19. El nuevo ethos

Los pensadores contemporáneos (por ejemplo, Scheler) ven en el sermón de la montaña un gran cambio en el campo del ethos, es decir en lo que puede ser definido como el alma de la moral humana. Una moral viva, no se forma solamente con las normas que revisten la forma de mandamientos, de preceptos y de prohibiciones, como en el caso de «no adulterarás». La moral en la que se realiza el sentido mismo del ser hombre -que es, al mismo tiempo, cumplimiento de la ley mediante la «sobreabundancia» de la justicia” se forma en la percepción interior de los valores, de la que nace el deber como expresión de la conciencia, como respuesta del propio «yo» personal. El ethos nos hace entrar simultáneamente en la profundidad de la norma misma y descender al interior del hombre-sujeto de la moral. El valor moral, está unido al proceso dinámico de la intimidad del hombre, para alcanzarlo, no basta detenerse «en la superficie» de las acciones humanas, es necesario penetrar precisamente en el interior.


El pasaje del discurso de la montaña que hemos elegido como centro de nuestros análisis, forma parte de la proclamación del nuevo ethos: el ethos del Evangelio. Las enseñanzas de Cristo, están profundamente unidas con la conciencia del «principio», del misterio de la creación en su originaria sencillez y riqueza; y al mismo tiempo, el ethos que Cristo proclama en el discurso de la montaña, está enderezado de modo realista al «hombre histórico», transformado en hombre de la concupiscencia. Cristo, que sabe «lo que hay en todo hombre» (Jn 2, 25), no puede hablar de otro modo, sino con semejante conocimiento de causa. Desde ese punto de vista, en las palabras de Mt 5, 27-28, no prevalece la acusación, sino un juicio realista sobre el corazón humano que de una parte tiene un fundamento antropológico y, de otra, un carácter ético.


Las palabras de Cristo confirman los mandamientos del decálogo - no sólo el sexto, sino también el noveno - y al mismo tiempo expresan un conocimiento sobre el hombre, que nos permite unir la conciencia del estado pecaminoso humano con la perspectiva de la «redención del cuerpo» (Rom 8, 23). Precisamente este «conocimiento» está en las bases del nuevo ethos que emerge de las palabras del sermón de la montaña.


La «redención del cuerpo» no indica el mal como propio del cuerpo humano, sino que señala solamente el estado pecaminoso del hombre, por el que, entre otras cosas, éste ha perdido el sentido del significado esponsalicio del cuerpo, en el cual se expresa el dominio interior y la libertad del espíritu. Se trata aquí de una pérdida «parcial», potencial, donde el sentido del significado esponsalicio del cuerpo se confunde, en cierto modo, con la concupiscencia y permite fácilmente ser absorbido por ella.


Las palabras de Cristo según Mateo 5, 27-28 no nos permiten poner al corazón humano en estado de continua sospecha, sino que deben ser entendidas e interpretadas como una llamada que no puede ser un acto separado del contexto de la existencia concreta. Es siempre -aunque sólo en la dimensión del acto al que se refiere- el descubrimiento del significado de toda la existencia, del significado de la vida, en el que está comprendido también ese significado del cuerpo, que aquí llamamos «esponsalicio». Estas palabras revelan no sólo otro ethos, sino también otra visión de las posibilidades del hombre. Es importante que él, precisamente en su «corazón», no se sienta solo e irrevocablemente acusado y abandonado a la concupiscencia de la carne, sino que en el mismo corazón se sienta, gracias a la redención, llamado con energía. Llamado precisamente a ese valor supremo, que es el amor. Llamado como persona en la verdad de su humanidad, en la verdad de su cuerpo. Llamado en esa verdad que es patrimonio «del principio», más profundo que el estado pecaminoso heredado, más profundo que la triple concupiscencia. La redención es una verdad, una realidad, en cuyo nombre debe sentirse llamado el hombre, y «llamado con eficacia».


El hombre debe sentirse llamado a descubrir y a realizar el significado esponsalicio del cuerpo y a expresar de este modo la libertad interior del don. Está llamado a esto, desde el exterior, por la palabra del Evangelio, y desde el «interior», por su corazón. Si el oyente permite que esas palabras actúen en él, podrá oír al mismo tiempo en su interior algo así como el eco de ese «principio», al que Cristo se refirió, para recordar a sus oyentes quién es el hombre, quién es la mujer, y quiénes son el uno para el otro en la obra de creación. Las palabras de Cristo dan testimonio de que la fuerza originaria (por tanto, también la gracia) del misterio de la creación se convierte para cada uno de ellos en fuerza (esto es, gracia) del misterio de la redención. ¿Acaso no siente el hombre, juntamente con la concupiscencia, una necesidad profunda de conservar la dignidad de las relaciones recíprocas, que encuentran su expresión en el cuerpo, gracias a su masculinidad y feminidad? ¿Acaso no siente la necesidad de impregnarlas de todo lo que es noble y bello? ¿Acaso no siente la necesidad de conferirle el valor supremo, que es el amor?


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Me siento llamado y redimido por Cristo? ¿Creo en la eficacia de esa redención en mi vida?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez





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