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  • Teología del amor

18. Un valor no bastante apreciado


El mandamiento «no adulterarás» está formulado como una prohibición que excluye de modo categórico un determinado mal moral y encuentra su justa motivación en la indisolubilidad del matrimonio. Es sabido que el decálogo, además de la prohibición «no adulterarás», contiene también «no desearás la mujer de tu prójimo» (Ex 20, 14. 17; Dt 5, 18. 21). Ambos mandamientos se cumplen precisamente mediante la «pureza de corazón». Las palabras del texto del sermón de la montaña, en las que Cristo habla figurativamente de «sacar el ojo» y de «cortar la mano», cuando estos miembros fuesen causa de pecado (Mt 5, 29-30), dan testimonio indirectamente de la severidad y fuerza de la prohibición contenida en estos. La exigencia, que en el sermón de la montaña propone Cristo implica que el hombre debe descubrir de nuevo la plenitud perdida de su humanidad y quererla recuperar. Esa plenitud en la relación recíproca de las personas: del hombre y de la mujer, pero también en toda forma de convivencia de los hombres y de las mujeres, de esa convivencia que constituye la pura y sencilla trama de la existencia.


La llamada al corazón presente en las palabras: “Que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt 5, 27-28) pone en claro la dimensión de la interioridad humana, propia de la ética, y más aún, de la teología del cuerpo. De cada uno de los hombres, como autores y sujetos directos de la moral real, como co-autores de su historia depende también el nivel de la moral misma, su progreso o su decadencia. ¿Cómo «puede» y «debe» actuar el hombre que acoge las Palabras de Cristo en el sermón de la montaña, el hombre que acepta el Evangelio, y, en particular, lo acepta en este campo? ¿De qué modo los valores según la «escala» revelada en el sermón de la montaña constituyen un deber de su voluntad y de su «corazón», de sus deseos y de sus opciones? ¿De qué modo le «obligan» en la acción y en el comportamiento y le «comprometen» ya en el pensar y, de alguna manera, en el «sentir»?


No es posible encontrar en la frase del sermón de la montaña, que hemos analizado, una «condena» o una acusación contra el cuerpo. Si acaso, se podría entrever allí una condena del corazón humano. Sin embargo, en realidad no se acusa al corazón, sino que se le llama a un examen crítico, más aún, autocrítico. El juicio que allí se encierra acerca del «deseo», como acto de concupiscencia de la carne, contiene en sí no la negación, sino más bien la afirmación del cuerpo, como elemento que juntamente con el espíritu determina al hombre y participa en su dignidad de persona. El cuerpo, en su masculinidad y feminidad, está llamado «desde el principio» a convertirse en la manifestación del espíritu. Se convierte también en esa manifestación mediante la unión conyugal. En Mt 19, 5-6 ("Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre."), Cristo defiende los derechos inolvidables de esta unidad, mediante la cual el cuerpo, en su masculinidad y feminidad, asume el valor de signo, signo en algún sentido, sacramental.

Basándose en las palabras de Cristo en el sermón de la montaña, la ética cristiana se caracteriza por una transformación de la conciencia y de las actitudes de la persona, capaz de manifestar y realizar el valor del cuerpo y del sexo, según el designio originario del Creador que los puso al servicio de la «comunión de las personas». El cuerpo y la sexualidad son siempre para el cristianismo un «valor no bastante apreciado». Las palabras de Cristo en el sermón de la montaña (Mt 5, 27-28) son una llamada a vencer el mal moral que el «deseo» desordenado oculta en sí. Y si la victoria sobre el mal consiste en la separación de él (de aquí las severas palabras en el contexto de Mateo 5, 27-28), se trata solamente de separarse del mal del acto (en el caso en cuestión, del acto interior de la «concupiscencia») y en ningún modo de transferir lo negativo de este acto a su objeto, esto es, la mujer a la que se «mira para desearla».


El mal de la «concupiscencia», es decir, del acto del que habla Cristo en Mateo 5, 27-28, hace que a quien se dirige, constituya para el sujeto humano un «valor no bastante apreciado». Si en las palabras analizadas del sermón de la montaña (Mt 5, 27-28) el corazón humano es puesto en guardia contra la concupiscencia, a la vez, mediante las mismas palabras está llamado a descubrir el sentido pleno de lo que en el acto de concupiscencia constituye para él un «valor no bastante apreciado. El «adulterio cometido en el corazón», se puede y se debe entender como «desvalorización», o sea, empobrecimiento de un valor auténtico, como privación intencional de esa dignidad, a la que responde el valor integral de la feminidad de la mujer en cuestión.


La llamada a dominar la concupiscencia de la carne brota precisamente de la afirmación de la dignidad personal del cuerpo y del sexo, y sirve únicamente a esta dignidad. Liberado de la constricción y de la disminución del espíritu que lleva consigo la concupiscencia de la carne, el ser humano: varón y mujer, se encuentra recíprocamente en la libertad del recíproco donarse que es la condición de toda convivencia en la verdad.


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Cómo debo actuar si acojo las Palabras de Cristo en el sermón de la montaña, especialmente en lo relacionado con la pureza del corazón? ¿Qué significa que el «adulterio cometido en el corazón», se deba entender como «desvalorización» de la persona?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez



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