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  • Teología del amor

17. El ser humano que se sirve del otro


Cuando Cristo habla del hombre que «mira para desear», no indica sólo la intencionalidad de «mirar», sino la intencionalidad de la existencia misma del hombre. En la situación descrita por Cristo esa dimensión pasa unilateralmente del hombre, que es sujeto, hacia la mujer, que comienza a existir intencionalmente como objeto de potencial satisfacción de la necesidad sexual inherente a su masculinidad. Aunque el acto sea totalmente interior, escondido en el corazón y expresado sólo por la «mirada», en él se realiza ya un cambio de la intencionalidad misma de la existencia. Si no fuese así, si no se tratase de un cambio tan profundo, no tendrían sentido las palabras siguientes de la misma frase «Ya adulteró con ella en su corazón» (Mt 5, 28).


Ese cambio de la intencionalidad de la existencia, mediante el cual una determinada mujer comienza a existir para un determinado hombre no como sujeto de llamada y atracción personal o sujeto de «comunión», sino exclusivamente como objeto de potencial satisfacción de la necesidad sexual, se realiza en el «corazón» en cuanto que se ha realizado en la voluntad. La intencionalidad cognoscitiva no quiere decir todavía esclavitud del «corazón», sólo cuando la reducción intencional arrastra a la voluntad, suscitando una decisión de una relación con otro ser según la escala de valores propia de la «concupiscencia», sólo entonces se puede decir que el «deseo» se ha adueñado también del «corazón» y domina en el individuo estableciendo el modo mismo de existir con relación a otra persona. Entonces podemos hablar también de esa «constricción» que se llama «constricción del cuerpo» y que lleva consigo la pérdida de la «libertad del don», connatural a la conciencia profunda del significado esponsalicio del cuerpo.


La dimensión de la intencionalidad de los pensamientos y de los corazones constituye uno de los filones principales de la cultura humana universal. Las palabras de Cristo en el sermón de la montaña confirman precisamente esta dimensión. Generalmente se considera que el hombre «actúa conforme a lo que es», en este caso Cristo quiere poner en evidencia que el hombre «mira» conforme a lo que es. La mirada expresa lo que hay en el corazón, expresa a todo el hombre. «Mirar con deseo» indica una experiencia del valor del cuerpo, en la que su significado esponsalicio deja de ser tal; el hombre «al mirar para desear» experimenta de modo más o menos explícito el alejamiento de ese significado esponsalicio del cuerpo lo cual implica un conflicto con la dignidad de persona: un auténtico conflicto de conciencia.


Cuando hablamos del hombre, para el cual según Mt 5, 27-28 una mujer se convierte sólo en objeto de potencial satisfacción de la «necesidad sexual» inherente a su masculinidad, no se trata en modo alguno de poner en cuestión esa necesidad, como dimensión objetiva de la naturaleza humana con la finalidad procreadora que le es propia. Se trata, en cambio, del modo de existir del hombre y de la mujer como personas en un recíproco «para», el cual -incluso basándose en lo que, según la naturaleza humana, puede definirse como «necesidad sexual» puede y debe servir para la construcción de la unidad de «comunión» en sus relaciones recíprocas. En efecto, éste es el significado fundamental de la perenne y recíproca atracción de la masculinidad y de la feminidad, contenida en la realidad misma de la constitución del ser humano.


No corresponde a esta unidad de «comunión» -más aún, se opone a ella- el que el hombre y la mujer, existan mutuamente como objeto de la satisfacción de la necesidad sexual, y cada uno sea solamente sujeto de esa satisfacción. Esta «reducción» de un contenido tan rico de la recíproca y perenne atracción entre el hombre y la mujer no corresponde precisamente a la «naturaleza» de esta atracción. Esta «reducción» de hecho extingue el significado personal y «de comunión», propio del hombre y de la mujer, a través del cual, según el Génesis 2, 24, «el hombre... se unirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne». La «concupiscencia» aleja la existencia recíproca del hombre y de la mujer de las perspectivas personales y «de comunión», propias de su perenne y recíproca atracción, reduciéndola a dimensiones utilitarias, en cuyo ámbito el ser humano «se sirve» del otro ser humano, «usándolo» solamente para satisfacer las propias «necesidades».


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Qué significa que “La dimensión de la intencionalidad de los pensamientos y de los corazones constituye uno de los filones principales de la cultura humana universal”? ¿Cuál es el significado fundamental de la perenne y recíproca atracción de la masculinidad y de la feminidad? ¿Qué sucede cuando el hombre se sirve de la mujer y viceversa? ¿Qué significa que el hombre actúa (y mira) conforme a lo que es?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez





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