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  • Teología del amor

15. La ley o la conciencia

El análisis hecho hasta ahora, constituye una amplia introducción, sobre todo antropológica, al trabajo que todavía hay que emprender. La sucesiva etapa de nuestro análisis deberá ser de carácter ético.


La concupiscencia afecta ante todo el interior del hombre, ese interior es la fuerza que decide sobre el comportamiento humano «exterior» y también sobre las múltiples estructuras e instituciones a nivel social. El entendimiento que el hombre «histórico», con su «corazón», hace del propio cuerpo respecto a la sexualidad no es algo exclusivamente conceptual: es lo que determina las actitudes y decide en general el modo de vivir el cuerpo.


La interpretación humana de la Ley puede hacer que desaparezca el justo significado del bien y del mal querido por el divino Legislador. La ley es un medio para que «sobreabunde la justicia» (palabras de Mt 5, 20, en la antigua versión) y Cristo quiere que esa justicia «supere a la de los escribas y fariseos». No acepta la interpretación que a lo largo de los siglos han dado ellos al contenido de la Ley, porque han sometido el designio y la voluntad del Legislador, a las diversas debilidades y a los límites de la voluntad humana, derivada precisamente de la concupiscencia. «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no he venido a abolirla, sino a darles cumplimiento» (Mt 5, 17). La justa comprensión de la ley es condición para cumplirla, y esto se aplica al mandamiento «no cometer adulterio».


Cuando Jesús dice «Por la dureza de vuestro corazón, os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así» (Mt 19, 8). «La dureza de corazón» indica la situación contraria al originario designio de Dios según el Génesis 2, 24 que se estaba presentando en el pueblo del Antiguo Testamento. Y es ahí donde hay que buscar la clave para interpretar la legislación de Israel en el ámbito del matrimonio. En el antiguo testamento, en tiempo de los Patriarcas, el abandono de la monogamia, había sido dictado por el deseo de una numerosa prole. Este deseo era tan profundo y la procreación, como fin esencial del matrimonio, tan evidente, que las esposas, cuando no podían dar descendencia a sus maridos, les rogaban, que pudieran tomar «sobre sus rodillas» -o sea, acoger- a la prole de otra mujer, como la sierva, o la esclava. Tal fue el caso de Sara respecto a Abraham y también el de Raquel respecto a Jacob. Esas dos narraciones reflejan el clima moral en que se practicaba el Decálogo. Aquí por adulterio se entiende la infracción del derecho de propiedad del hombre con respecto a cualquier mujer que sea su esposa legal (normalmente: una entre tantas); y no, el adulterio como aparece desde el punto de vista de la monogamia establecida por el Creador. Sabemos ya que Cristo se refirió al «principio» precisamente en relación con este argumento (Mt 19, 8). Cristo desea enderezar estas desviaciones, de ahí, las palabras pronunciadas por Él en el sermón de la montaña.


Jesús cuando se dirige a los que querían lapidar a la mujer adúltera, no apela a las prescripciones de la ley israelita, sino exclusivamente a la conciencia. El discernimiento del bien y del mal inscrito en las conciencias humanas puede demostrarse más profundo y más correcto que el contenido de una norma.


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II

Reflexión: ¿Es mi conciencia capaz de reconocer el bien más allá de la ley? ¿Soy capaz de discernir cuando una ley humana es contraria a la voluntad de Dios?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez







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