top of page
Buscar
  • Teología del amor

14. Dominio del otro o autodominio


El Génesis 3, 16: «Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará» testifica cómo la originaria unión conyugal de las personas será deformada en el corazón del hombre por la concupiscencia. Estas palabras de Dios, en las que por primera vez se define al hombre como «marido», no se refieren exclusivamente al momento de la unión del hombre y de la mujer, en el que se convierten en una sola carne (Gen 2, 24), sino más bien al amplio contexto de las relaciones conyugales. Estas palabras que se dirigen directamente a la mujer, se refieren también al hombre.


La expresión relativa de «dominio» («él te dominara») que leemos en el Génesis 3, 16, ¿no indica acaso la forma de concupiscencia que trata la primera Carta de Juan 2, 16: como «concupiscencia del orgullo de la vida»? El dominio «sobre» el otro ¿no cambia esencialmente la estructura de comunión en la relación interpersonal haciendo del ser humano un objeto concupiscible a los ojos? Se puede decir, pues, -profundizando en el Génesis 3, 16- que mientras por una parte el «cuerpo», no cesa de estimular los deseos de la unión personal, («buscarás con ardor a tu marido»), al mismo tiempo, la concupiscencia dirige a su modo estos deseos: «él te dominará». Desde el momento en que existe el dominio, a la comunión de las personas -hecha de plena unidad espiritual de los dos sujetos que se donan recíprocamente- sucede una relación de posesión del otro a modo de objeto del propio deseo.


Desde que en el hombre se instaló otra ley «que repugna a la ley de mi mente» (Rom 7, 23) existe el peligro que el «deseo del cuerpo» se manifieste más potente que el «deseo de la mente». Y es precisamente esta verdad sobre el hombre, esta componente antropológica lo que debemos tener siempre presente, si queremos comprender hasta el fondo el llamamiento dirigido por Cristo al corazón humano en el discurso de la montaña.


El cuerpo humano, según el misterio de la creación, como sabemos por el análisis del Génesis 2, 23-25, no es solamente fuente de fecundidad, o sea, de procreación, sino que desde «el principio» tiene un carácter nupcial; lo que quiere decir que es capaz de expresar el amor con que el hombre se hace don, verificando así el profundo sentido del propio ser y del propio existir. El cuerpo es la expresión del espíritu y está llamado a existir en la comunión de las personas «a imagen de Dios». Pero por la concupiscencia la feminidad y la masculinidad, parecen no ser ya la expresión del espíritu que tiende a la comunión personal sino que quedan solamente como objeto de atracción, al igual, en cierto sentido, de lo que sucede entre el resto de los seres vivientes que, como el hombre, han recibido la bendición de la fecundidad (Gen 1).


Sin embargo, la capacidad de expresar el amor con que el hombre, mediante su feminidad o masculinidad se hace don para el otro, en cierto modo no ha cesado. El corazón se ha convertido en el lugar de combate entre el amor y la concupiscencia. Cuanto más domina la concupiscencia, tanto menos experimenta el corazón el significado nupcial del cuerpo y tanto menos sensible se hace al don. En efecto, el hombre es aquel que no puede «encontrarse plenamente sino a través de una donación sincera de sí mismo». La concupiscencia afecta precisamente esa «donación sincera porque, en cierto sentido, «despersonaliza» al hombre, haciéndolo objeto «para el otro».


La concupiscencia lleva consigo la pérdida de la libertad interior del don a la que está ligada el significado nupcial del cuerpo humano. *Para que el hombre y la mujer puedan donarse recíprocamente es indispensable que cada uno de ellos se domine a sí mismo. Con la concupiscencia la relación del don se transforma en relación de apropiación en la que el objeto que poseo adquiere para mí un cierto significado en cuanto que dispongo y me sirvo de él, lo uso. La concupiscencia no une, sino que se adueña. *


Las palabras de Dios dirigidas a la mujer en Génesis 3, 16: «Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará», parecen revelar el modo en que la relación de don recíproco se convierte en una relación de recíproca apropiación. Si el hombre al relacionarse con la mujer la considera como un objeto del que apropiarse y no como don, al mismo tiempo se condena a sí mismo a hacerse también el, para ella, objeto de apropiación, que a su vez implica que desaparezca la estructura de la comunión entre las personas.


Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II


Reflexión: ¿Cómo identifico si en una relación prevalece el amor o la concupiscencia?


Texto preparado y distribuido por los esposos Maria Carolina Ochoa y Germán Gutiérrez





30 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page